Creo que a todas las personas que estos dias hemos estado viendo imágenes de la dana, nos ha removido no solo ver imágenes de horror y destrucción, sino una vez pasada la tempestad, emociona ver el aluvión de ayuda proveniente de personas que desde sus hogares cercanos no han dudado en ponerse en marcha con carros, escobas y víveres, como si de una marcha de vida y humanidad se tratase.
Efectivamente sólo el pueblo salva al pueblo: hemos visto como durante la tragedia un hombre rompe el cristal de un portal para poner a salvo a una mujer con sus hijos; otra persona llevada por la riada, salva la vida porque un vecino de la calle agarrado a un poste le presta su brazo para cogerse a él; y quizá la imagen que quedará siempre en nuestra retina: la mujer que en ningún momento pensó en abandonar a su perro y sus gatos y que terminó siendo rescatada por otro vecino.
Me hace reflexionar y volver a darme cuenta que ante un enemigo común como en este caso la muerte y destrucción, la humanidad se une y recupera sus lazos de comunidad. Pero, ¿por qué ésto en el día a día se está perdiendo? ¿por qué en nuestro cotidiano reina la hostilidad y el odio al Otro?
Puede que la respuesta esté en la inmersión vital y brutal en el contexto neoliberal y meritocrático que nos hace en cada momento de nuestra vida buscar culpables cercanos y de carne y hueso, que según lo que erróneamente hemos ido interiorizando, son los responsables de que no consigamos unas metas creidas propias pero artificialmente creadas por el sistema.
Quien en eventos como la dana es nuestro salvador o salvadora, en el día a día es la persona que me adelanta en la carretera y contra la que saco mi pulsión agresiva tocando el claxon y emtidiendo varios insultos; es también el vecino al que odio por hacer ruido o manchar el patio, o el inmigrante al que culpo de todas mis penurias tangibles y emocionales.
No, la pandemia no nos hizo mejores, como creíamos, pero la tierra y la naturaleza nos quiere decir que basta ya de matarnos entre nosotros y a ella misma y que el enemigo común está fuera de nuestros vecindarios y pueblos. El enemigo son los turnos de trabajo extenuantes que nos impiden llevar una vida sosegada y autorreealizada en la que pueda existir preocupación y cuidado de otros y otras más allá de la familia cosanguínea; es el no pensar en el peligro de ir a buscar nuestro automóvil en plena riada por las horas de trabajo y esfuerzo económico que nos ha costado adquirirlo; o la empresa que no sólo me hace ir a trabajar en plena alerta, sino que no comprende que quiera desplazarme hasta las zonas afectadas para echar una mano porque es realmente frustrante quedarse en casa inactiva ante tanto sufrimiento y tanto quehacer.
Sólo el pueblo salva el pueblo, y nuestra patria, e identidad son nuestros barrios, vecindarios y entorno natural, al que tenemos que volver y en el que tenemos que intentar reconstruirnos por dentro o por fuera, de no ser así el final estará mas próximo de lo que pensamos,
Blanca Villa Rodriguez
Psicóloga Sanitaria Habilitada
Colegiada CL-03435